Pages

agosto 02, 2012

cuéntamelo otra vez


“Romper el cochinito”, un cuento de  Etgar Keret



**Papá no consintió en comprarme un muñeco de Bart Simpson. Mamá sí quería, pero papá no quiso, dijo que soy un malcriado. "Comprar, ¿eh?", le dijo a mamá. "¿Por qué tenemos que comprárselo? Un gesto de él y ya te pones en posición de firme." Papá dijo que yo no respeto el dinero, y que si no lo aprendo de chico cuándo lo aprenderé. Los niños a los que se les compra así nomás muñecos de Bart Simpson, cuando crecen se convierten en vagos y roban de los quioscos, porque se acostumbran a conseguir fácilmente todo lo que quieren. Entonces, en lugar del muñeco de Bart Simpson, me compró un horrible cochinito de cerámica con un agujero alargado en el lomo, y ahora voy a crecer, como se debe, ahora ya no seré un inútil.

Cada mañana tengo ahora que beber una taza de chocolate, aunque lo odio. Chocolate con nata es un shékel, sin nata es medio shékel, y si lo vomito enseguida no me dan nada. Las monedas la meto en el cochinito por el lomo, por eso cuando lo sacudimos se las oye sonar. Cuando el cochinito tenga tantas monedas que ya no suene al sacudirlo, recibiré un muñeco de Bart con patineta. Eso dijo papá, eso es educación.

El cochinito en sí es simpático, tiene la nariz fría y sonríe cuando le meten el shékel por el lomo y aunque sólo sea medio shékel, pero lo más lindo es que sonríe cuando no le pongan nada. Le inventé también un nombre, lo llamo Pésajzon, por un hombre que vivió un tiempo en nuestro buzón y papá no consiguió arrancar su etiqueta. Pésajzon no es como mis otros juguetes, es mucho más tranquilo, sin luces ni resortes ni baterías que le goteen por dentro. Solamente hace falta vigilarlo para que no salte de la mesa al piso. "¡Pésajzon, cuidado! ¡Eres de loza!", le digo cuando lo sorprendo agachado mirando al piso, y él me sonríe y espera con paciencia que yo lo tome en mi mano y lo baje. Me muero por él cuando sonríe, sólo por él me bebo el chocolate con nata todas las mañanas, para poder meterle la moneda por el lomo  y ver cómo su sonrisa no cambia ni pizca. "Te quiero, Pésajzon", le digo después, "de veras, te quiero más que a mamá y a papá. Y te voy a querer siempre, pase lo que pase, aunque robes de los quiscos. ¡Pero pobre de ti si saltas de la mesa!"

Ayer vino papá, levantó a Pésajzon de la mesa y empezó a darle vuelta y a sacudirlo de manera salvaje. "Cuidado, papá", le dije, "le das dolor de barriga." Pero papá siguió. "No hace ruido, ¿sabes, Ioavi, lo que eso significa? Que mañana recibirás un Bart Simpson en patineta." "Muy bien, papá", dije, "Bart Simpson en patineta, muy bien. Pero deja de sacudir a Pésajzon, le hace sentirse mal." Papá volvió a poner a Pésajzon en su lugar y fue a llamar a mamá. Volvió al minuto arrastrando a mamá con una mano y con un martillo en la otra. "Ves que tenía razón", le dijo a mamá, "que así aprendería a valorar las cosas, ¿verdad, Ioavi?" "Claro que aprendí", dije, "claro que sí, ¿pero para qué el martillo?" "Para ti", dijo papá y me puso el martillo en la mano. "Sólo cuídate." "Por supuesto que me cuidaré", dije, y realmente me cuidé, pero después de unos minutos papá se cansó y me dijo: "Vamos, rompe ya el cochinito." "¿Qué?", pregunté, "¿romper a Pésajzon?" "Sí, a Pésajzon", dijo papá. "Vamos, rómpelo. Te mereces al Bart Simpson, trabajaste duro para conseguirlo."

Pésajzon me sonreía con una sonrisa de cochinito de loza que entiende que ese es su fin. Que se muera Bart Simpson, ¿que yo le dé a un amigo con un martillo en la cabeza? "No quiero Simpson." Le devolví el martillo a papá: "Me basta con Pésajzon." "No entiendes", dijo papá, "está bien, de veras, es educativo, dame y yo lo romperé por ti." Papá ya levantaba el martillo, y yo miré los ojos tristes de mamá y la sonrisa cansada de Pésajzon y supe que todo dependía de mí, que si no hacía algo moriría. "Papá", le sujeté la pierna. "¿Qué, Ioavi?", dijo papá, con la mano y el martillo levantados. "Quiero otro shékel, por favor", rogué. "Dame otro shékel para ponerle, mañana, después del chocolate. Y entonces lo rompemos, mañana, te prometo." "¿Otro shékel?", sonrió papá y puso el martillo sobre la mesa, "¿Ves? Desarrollé la conciencia del nene." "Sí, conciencia", dije, "mañana". Tenía la garganta llena de lágrimas.

Después que salieron del cuarto abracé a Pésajzon fuerte fuerte y solté las lágrimas. Pésajzon no decía nada, solamente temblaba en silencio entre mis brazos. "No te preocupes", le murmuré en la oreja, "yo te salvaré."

De noche, esperé que papá acabara de ver televisión y se fuera a dormir. Y entonces me levanté calladito calladito y me escapé con Pésajson por el balcón. Caminamos juntos en la oscuridad un montón de tiempo hasta que llegamos a un terreno baldío. "Los cochinitos mueren en el campo", le dije a Pésajzon cuando lo puse en el suelo, "especialmente en terrenos baldíos. Aquí estarás bien." Esperé que me contestara, pero Pésajzon no dijo nada, y cuando le toqué la nariz para despedirme solamente me clavó una mirada triste. Sabía que no iba a volver a verme nunca más.**
________________________________
Traducción de Florinda F. Goldberg
_____________________________

1 comentario:

David dijo...

Disfruto mucho de la literatura y por eso trato de pasar el tiempo que estoy en internet buscando recomendaciones para conseguir nuevos tipos de lectura. Cuando logro obtener promociones en vuelos a otro país, me gusta conocer a los autores mas destacados del lugar